La terapia de pareja, un puente hacia el encuentro
Cuando uno de los miembros de una pareja empieza a sentir que las cosas no marchan, que no se siente bien, querido/a, escuchado/a, respetado/a…, solemos en un primer momento manifestar nuestro malestar al otro miembro, que en función de cómo nos hayamos comunicado, se sentirá más o menos predispuesto a colaborar para amortiguar el malestar de la otra persona. Esta primera solicitud de auxilio, puede funcionar y normalmente funciona por un tiempo, hasta que la rutina y los hábitos suelen instalarse de nuevo y olvidamos los compromisos que adquirimos en aquella primera petición.
Cuando vuelve de nuevo el malestar, se suele pedir ayuda a terceras personas que forman parte de nuestro contexto, lo más normal es que sean amigos o familiares cercanos. Estas terceras personas, pueden tener un efecto terapéutico en quien lo solicita, o por el contrario, pueden entender que la manera de apoyar a una parte, es instigar a la otra. En tal caso, flaco favor estamos haciendo a la pareja y al bien común.
El tiempo va pasando, el conflicto se agudiza, los desencuentros son cada vez más habituales, el distanciamiento mayor, los deseos de escapar cada vez más frecuentes o la necesidad de culpar al otro de todo cuanto pasa en la vida de pareja, es una constante que dificulta cada vez más el entendimiento.
Ante esta situación circular, antes de que el deterioro emocional y psicológico sea irreparable, es importante que ambos miembros se planteen la ayuda profesional.
Ahora viene una nueva lucha por parte del miembro más consciente, proactivo y concienciado de que la terapia puede ser la vía para salir de una situación viciada. El otro/a no siempre está dispuesto a acudir, por varias razones. En muchos de los casos, la terapia de pareja no es exitosa porque la relación estaba acabada antes de empezar el abordaje terapéutico. Es relativamente frecuente que uno de los miembros no quiera ver ésto o que el otro, no quiera comunicárselo. En ocasiones, la terapia también fracasa no porque no se tengan claros los sentimientos, sino porque el esfuerzo que implica dejar de lado hábitos y renunciar a las necesidades que hemos establecido como prioritarias supone tal esfuerzo que no estamos dispuestos a acometer los cambios necesarios.
La terapia se convierte en una herramienta útil para dinamizar y construir la vida de pareja, en aquellas situaciones donde además de saber lo que se quiere en relación al otro, queremos abordar el increíble trabajo personal de superar los límites de cada uno construyendo una vida en común. Bonitas palabras, trabajo difícil pero gratificante hasta el éxtasis si sabemos darle la orientación adecuada.
Una vez que sabemos que queremos caminar juntos, comienza el trabajo. De vital importancia es el conocimiento que tenemos sobre nuestra propia emoción y sus causas así como el tratamiento que damos a los componentes cognitivos, afectivos y conductuales, muy especialmente al tipo de comunicación que hemos establecido como hábito y sus contaminantes. Lo que pensamos de uno mismo y del otro, lo que sentimos en relación a uno mismo y al otro y lo que hacemos para uno mismo o por el otro, se convierte en la piedra angular del trabajo terapéutico. La transformación de estos esquemas pasa por el reconocimiento mutuo de las intenciones de ambos, de las expectativas frustradas y de la que no lo están, de las necesidades cubiertas y de aquellas que quedan por cubrir. El trabajo terapéutico es un proceso organizado, con unas herramientas destinadas a la consecución de metas. Es un trabajo estructurado, definido, orientado hacia el bienestar e interés común. Lo que no es posible, sin concesiones por ambas partes. Por eso decimos, que el trabajo en pareja, cuando valoramos lo que tenemos, se convierte en el principal dinamizador del crecimiento personal. Podríamos decir algo así como que crezco en relación al otro, me hago amorosamente fuerte. Mi principal adversario, es mi miedo en mano de mis propios límites, no es el otro.
Amar, es construir desde la responsabilidad tu propio cambio y en ese crecimiento, colaborar con el crecimiento del otro.
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